—Abuela, ¿cómo se enfrenta el dolor?

—Con las manos, cariño. Si lo haces con la mente el dolor en lugar de suavizarse, se endurece aún más.

—¿Con las manos, abuela?

—Sí. Nuestras manos son las antenas de nuestra alma. Si las haces mover cosiendo, cocinando, pintando, tocando o hundiéndolas en la tierra, éstas envían señales de cuidado a la parte más profunda de ti. Y tu alma se tranquiliza porque le estás prestando atención. Así ya no necesita enviarte dolor para que se note (…) Muévelas mi bebé, empieza a crear con ellas y todo dentro de ti se moverá. El dolor no pasará. Pero se convertirá en la mejor obra maestra. Y ya no dolerá más. Porque habrás logrado bordar su esencia.

Elena Bernabé (autora)

Compartido y traducido por Takiruna

Abro este espacio con este bello texto que me llegó profundo al alma. En el reconocimiento de que así es en mi vivencia y experiencia hasta el momento.

Cuando inicié mi formación en arteterapia a los veinte años sentí claro que iniciaba el camino de vuelta a casa, a mí, a mi esencia, a través del arte. Que la pintura, el movimiento, la escritura, la música, cualquier que fuera el lenguaje artístico, me devolvía a mí, una y otra vez. Al aprender a crear constantemente, me iba sanando. Al hacer de la práctica creativa un acto cotidiano me da libertad. Al sentir una emoción incómoda en mi cuerpo la puedo liberar y transformar a través de cualquier acto creativo. Con la voz, con el cuerpo, con la escritura. En mi propia obra puedo reconocer todo lo que soy, en esencia.

La pedagogía Waldorf pone en el centro esa vuelta al origen, al Ser. El contacto con la naturaleza y con los lenguajes artísticos están presentes a lo largo de cada ciclo de aprendizaje. Y tanto uno como otro nos recuerdan lo que somos.

Me siento profundamente agradecida que mis hijos, Lila con siete años y Aran con cuatro puedan conectar a diario con su esencia en Krisol, su preciosa escuela Waldorf, la nuestra. Eso que yo descubrí a los veinte lo están integrando de forma tan natural y lúdica. Desde su inocencia y naturaleza, respetando su ritmo, nutriendo su centro, la escucha, el contacto con lo que cada uno y una es y trae. Cuidando de no alejarlos de su natural conexión con lo esencial. Hacen pan cada semana, pintan con acuarelas, juegan con la arena, hacen barro, trepan los árboles, encienden su velita para el cuento, tocan la flauta, cantan, cuentan, tejen… Las manos son canales creadores y sanadores. Ellos sí, viven la vida y la muerte (como parte del ciclo natural de vida) con las manos. Y me lo recuerdan a mí a diario en casa.

Os cuento un momento precioso en casa en el que fuimos testigos de ello. Una tarde de primavera, en casa, era la época del confinamiento, Lila pasaba unos días de mucho enfado por tener un hermano pequeño, de hartazgo, de celos. Después de un conflicto con Aran, se retiró. Fue a buscar una hoja de papel en blanco y sus ceras. Se puso en un rincón de la sala, detrás del sofá, en el suelo y empezó a dibujar, apretaba las ceras con fuerza haciendo un círculo rojo, soltando toda su tensión. Luego, en otra hoja dibujó a cada un@ de la familia. Aran lejos de ella. Al acabar, se quedó unos instantes mirando su dibujo. Me llamó. Mamá te quiero enseñar mi dibujo. Me acerqué. Me explicó. Hablamos. Parecía que su creación la había llevado a un nuevo lugar de paz. Me alejé. Siguió pintando, esta vez transformando su segundo dibujo. Creando un nuevo orden. Fue a buscar una velita, la encendió iluminando su creación y nos pidió que nadie lo tocara. Hizo de su proceso un altar sagrado.

¡Fue un regalo tan grande para mí y para Lucas, el papá! Observar esa capacidad de transformar su dolor con su propia creatividad, la que tenemos todos.

Y ahora aprendo a tejer con mi hija y así voy tejiendo la vida más y más cerca de la esencia.

CATALINA

Enero-Febrero 2021

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