Podemos mirar el paso del tiempo a través de una agenda o un calendario, lo que nos otorga certeza y seguridad, para organizarnos y funcionar en este mundo lleno de citas y reuniones. Sin embargo corremos el riesgo de vivir un día tras otro y perder la posibilidad de entrelazarlos y vivirlos dentro de una época.

Vivir el paso del tiempo en relación a los festivales anuales nos permite, en cambio, recibir la maravillosa oportunidad de acompañar a la Tierra en su rítmica respiración, pues aquellos son la celebración de las estaciones del año, y al conectarnos al mundo que nos rodea, nos volvemos partícipes de una comunidad humana que celebra reconocerse como el punto de enlace entre el cosmos y la Tierra y que busca el equilibrio interior de las fuerzas que ambos entornos ejercen sobre el ser humano.

El ser humano se alimenta en sus distintas manifestaciones al celebrar cada festival. Físicamente se nutre a través de las comidas especiales para cada ocasión, que no sólo se elaboran con los ingredientes propios de la época, sino que también en su forma guardan un significado especial que las liga al momento. Anímicamente se crea un ambiente especial, determinado por el ambiente exterior que nos rodea, las imágenes, decoraciones y los diversos símbolos que se relacionan con cada festival. Y finalmente tener la vivencia misma de las festividades, a través de los sentidos, los gestos internos y las actividades, alimentan y fortalece el espíritu humano.

En el caso particular de las escuelas Waldorf, los niños participan en la preparación de las celebraciones de los cambios de estación y los festivales del año. Con el tiempo, esta participación les va dando certidumbre sobre lo que está por venir, así como un sentido de estabilidad. Esta experiencia de orden y regularidad le da al niño mucha seguridad en sí mismo y confianza en su entorno. De los varios festivales que se celebran, uno común a todas las escuelas Waldorf es el de Micael, que se celebra hacia finales de septiembre. El verano se ha ido, y con él el tiempo de ensoñación y letargo interior. El ser humano ha podido dedicarse durante ese tiempo a disfrutar de los días largos, húmedos y calurosos. El alma humana tiende a ser pasiva y soñadora, y recibe los impulsos morales desde fuera, así como las plantas reciben la luz del sol y a través de ella maduran sus frutos.

El otoño, visto como una época de transición hacia uno de los polos anuales, el invierno, se hace presente cuando la luz del día se atenúa en intensidad y el decaimiento de la naturaleza se evidencia, al menos en su aspecto exterior.

Pareciera que la vida en la Tierra decrece y comienza a morir, pero nada más alejado de la verdad, pues lo que sucede en realidad es que dentro de la Tierra la actividad crece al preparar el camino para la gran contracción que tendrá lugar semanas después, que a su vez habrá de preparar el camino para la resurrección primaveral. En esta época el ser humano busca su luz interior, que iluminará la oscuridad invernal, así como los duendes de la tierra buscan los colores del verano y los guardan presurosos para iluminar la oscuridad, y con ellos volverán en primavera con las flores coloridas.

Desde tiempos antiguos el ser humano ha agradecido los impulsos y la labor de la Tierra mediante la veneración de la cosecha de los frutos y los granos. Las semillas que fueron sembradas en primavera y que crecieron en verano se cosechan en otoño como pensamientos que se muestran a través de las acciones, que buscan encontrar su lugar en el mundo, para generar así la vida que irá hacia tiempos futuros.

Como mencionamos antes, en las escuelas Waldorf el comienzo del otoño se marca con la fiesta de Micael, un arcángel reconocido en las tradiciones cristiana, islámica y judaica. Esta celebración evoca en los niños la imagen que alienta el valor y la fuerza en el ser humano para enfrentar los retos de la vida en la Tierra. Micael, con su espada luminosa, o de hierro, vence y domina al dragón, mas no lo mata. La espada simboliza la fuerza de la verdad, la honestidad que nos permite reconocer y dominar al dragón que habita en nuestro interior (temor, angustia, envidia, enojo, intolerancia, etc.). Así el dragón simboliza el mal en el mundo y el mal que se encuentra en la naturaleza baja del ser humano, a la que como adultos debemos reconocer y otorgar su sitio.

La balanza simboliza el equilibrio entre la compasión y la firmeza. Sopesa el alma del ser humano, invitando a la mesura de nuestras acciones, la que al inicio de la época se encuentra fuera de balance y por cada buena acción recibe un peso del lado vacío, esperando que hacia el final logramos el justo equilibrio. Experimentar el paso del tiempo entrelazando los días dentro de una época nos inspira a celebrar el festival de Micael paulatinamente, acercándonos poco a poco a su cúspide. Por ello lo recomendable es conectarnos con el espíritu del festival al menos un par de semanas antes de la fecha precisa, 29 de septiembre, con lo que facilitamos el proceso que permitirá la creación de un ambiente anímico fortalecido y entregado.

Los paseos por los bosques pueden ayudar a conectarnos con lo que vive en la naturaleza y así encontrar que ante su decaimiento, el alma humana busca en contrapunto su renacer a través del inicio del viaje interior que culminará en la primavera. En la ambientación del aula o del hogar pueden participar las manzanas puestas a secar, que representan la cosecha equinoccial; en algunos lugares, las estrellas de papel representan las lluvias de estrellas que acontecen en esta época, con las que Micael lanza a los habitantes de la Tierra el hierro necesario para construir la espada de hierro que dominará al dragón. Para el adulto esto significa reconocer sus limitaciones y desafíos, y congruentemente establecer consigo mismo los compromisos a seguir en el ciclo que comienza.

Siendo este el primer festival del ciclo escolar, quizás uno de los compromisos que pudiésemos establecer con nosotros mismos es el de entregarnos al paso del tiempo de una forma distinta a la habitual, que nos permita experimentar lo que sucede en nuestro interior cuando asumimos conscientemente que somos este punto medio que habita sobre la Tierra y debajo del cosmos, y que como tal se encuentra atraído por la influencia de ambos polos. Sin duda entregarnos a cada época nos permitirá con el tiempo conocernos mejor y vivir entregados a los procesos de nuestra comunidad con el impulso de cada festival; sembrando, germinando, madurando, cosechando y decayendo cada año, en constante cambio y evolución.                                                                           

AAVV

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